La caída del imperio

por / sábado, 06 julio 2002 / Publicado en5 días

Los reguladores del mercado norteamericano han anunciado que procesarán a un adolescente de 17 años que publicó una noticia falsa en Internet, con la firma de un periodista de Bloomberg, para que las acciones de una empresa en la que había invertido su paga del mes subieran. ‘El no consiguió ningún lucro, pero le estamos procesando porque su conducta fue horrible. Vamos a ser duros y rápidos con cualquiera que intente explotar Internet para engañar a los inversores’, dijo John Starck, jefe del área de Internet de la SEC. Y a mí me dio la risa.

Casualmente, en Francia, un señor apellidado Messier (¡qué juego de palabras tan sarcástico!) acaba de dimitir bajo la sospecha de alterar las cuentas de un gigante empresarial y se marcha con una indemnización apabullante. Y en nuestro país crecen las dudas sobre el procesamiento en el que se hallan inmersas algunas de las principales cabezas del sector financiero del siglo pasado, que obtuvieron un lucro personal (¿lo es un plan de pensiones multimillonario?) distribuyendo dinero sin informar de ello a sus accionistas. Eso ocurre en un mundo en el que día sí y día también se arremete contra Internet (y contra la juventud que lo usa) y su anunciada (yo diría cumplida) revolución en el ámbito económico, social y cultural. Y se hace usando como excusa el fracaso de muchas empresas relacionadas con Internet como si la Red en sí misma o el conjunto de protocolos conocido como TCP/IP fueran los responsables.

Pues bien. Los responsables tienen nombres y apellidos: son los gestores de esas empresas que mayoritariamente han sido en todos los casos chicos de apellido notable y experiencia escasa (cuando no nula) que con un MBA de varios millones bajo el brazo se presentaron ante banqueros e inversores con la fiabilidad que su apellido evidenciaba. El error, el problema que ahora se está pagando, es que los banqueros no aplicaron la máxima que con letra minúscula imprimen al final de cada anuncio de productos de rentabilidad ingente que dice que rentabilidades pasadas no garantizan las futuras.

Ahora ya sabemos todos que el apellido notable no garantiza el conocimiento. Y en ésas estamos. En el purgatorio merecido por confiar la capitanía de nuestra armada a grumetes sonrientes y bien parecidos. Aunque también nos enfrentamos a otro problema más grave aún: la necesidad de aprender del error y no permitir que todo siga pudriéndose.

Lo que han hecho los gestores de las puntocom lo han hecho también los de empresas con más años que quien suscribe (al menos había unas matildes de las que ya oía hablar sin parar en mi niñez). Lo que han hecho grandes como Telefónica, magníficamente explicado esta semana en Patagon por un analista con sentido común muy conocido entre los habituales de los foros bursátiles (https://bancaonline.patagon.es/servlet/PProxy? app= DJ&cmd=DetArticulo&CntID=984 & SitID=1), ha sido lo mismo que todos: poner en marcha una idea tan genial como perjudicial para el pequeño inversor.

Nos hablan de la caída de un imperio, pero le ponen nombre equivocado. Estamos viviendo aún en el imperio romano, donde unos ponen la mano en actitud pedigüeña (partidos, sindicatos, asociaciones y demás entidades subvencionadas) y otros en actitud lacerante (ya saben a quiénes me refiero). En el nuevo imperio y en su nueva economía, lo que habrá que hacer, ineludiblemente, es poner las dos manos a la obra.

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