Malos tiempos

por / sábado, 09 noviembre 2002 / Publicado en5 días

En teoría, al menos eso enseñaban cuando el boxeo ocupaba horarios de máxima audiencia en la única televisión que consumíamos, los golpes bajos no están permitidos. Y Ése era el nombre del grupo que interpretaba Malos tiempos para la lírica, justamente en el único momento que recuerdo asociado a la eclosión de la lírica, la creatividad literaria, musical y de todo tipo: aquellos gloriosos años de la Movida.

Esta semana ha evidenciado que corren muy malos tiempos. No sólo porque en EE UU los republicanos obtengan un apoyo mayoritario que deja las manos libres a un presidente empeñado en meternos en una guerra de incalculables efectos. También porque siguen sucediendo cosas inexplicables a nuestro alrededor que hacen desconfiar de que la fluidez en la información que muchos vaticinaban pueda no llegar nunca, aunque para ello se sacrifique el ingente negocio que representa el advenimiento de la Red.

En época de absoluta primacía de la información en tiempo real, los accionistas de la Seda de Barcelona no saben aún quién les opa, ni entienden cómo cotiza a menos de dos euros una acción de la que se venden paquetes a 3,2 euros, ni como la CNMV no dice esta boca es mía, mientras accionistas y gestores van al juzgado un día sí y otro también.

En plena sociedad de la información, y coincidiendo con la presentación de nuevas reglas para conseguir mayor transparencia en la gestión empresarial, accionistas de Lycos Europa se preguntan por qué nadie ha hecho públicos los acuerdos entre Telefónica, Terra y Bertelsmann que les afectan y sí los que afectan a Terra. ¿Cómo es posible que las autoridades permitan informaciones parciales que pueden afectar a las cotizaciones de compañías en un momento de desconfianza generalizada? Tenemos la tecnología para informar, pero no el deseo de hacerlo.

Hechos de idéntica gravedad podrían relacionarse a cientos sin apenas observar respuesta ni en los tribunales, ni en los Parlamentos, ni en los medios de comunicación. Estos últimos no son sino el reflejo de la sociedad que describen, crecientemente conformista, que ahonda en una simplicidad dramática que lleva a dividir el mundo en buenos (blancos, sajones y protestantes) y malos (latinos o de tez oscura y, a poder ser, de creencia musulmana).

Internet ha puesto de manifiesto que la tecnología puede configurar un mundo nuevo en el que todos tengan cabida siempre que nos respetemos unos a otros.

La semana de Jazztel, con suspensión y dimisión incluidas, traía a colación en algún foro el recuerdo de aquellos pocos que cuando la acción cotizaba a 14 euros llamaban la atención sobre el humo que ocultaba la realidad. Un caso trasladable a muchas otras compañías donde los que no compartían la irracionalidad mayoritaria de ver sus cotizaciones en el cielo eran insultados y boicoteados sin contemplación.

Y estos días ha vuelto a la actualidad la musa de aquellos años ochenta, Olvido Gara, que ha dicho en voz alta lo que piensan muchos, pero no interesa a unos pocos: que el coste elevado de la distribución musical se debe al ansia dineraria e inagotable de los intermediarios. La consecuencia ha sido un atentado contra la libertad de expresión no recordado desde el franquismo. Algo que debería despertar conciencias y recordarnos lo mucho que queda por caminar. Tal vez demasiado.

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