Revoluciones esperadas

por / sábado, 04 octubre 2003 / Publicado en5 días

Nunca es tarde si la dicha es buena, como reza el refranero, pero a veces la tardanza se hace insoportable y resulta difícil disculpar. Esta semana hemos tenido de todo, cual botica digital. Por un lado, el Gobierno ha llegado por fin a un acuerdo con Correos para comunicar electrónicamente la Administración Central con empresas y ciudadanos. Un acuerdo que permite a todos disponer de una dirección digital donde recibir todas las notificaciones de la Administración, garantizándose la plena seguridad jurídica de esa comunicación. Inexplicablemente, un Estado pionero en la realización de declaraciones fiscales por Internet considera esta simpleza algo innovador y se entera ahora de que ahorra tiempo y papeleo a las empresas.

A medio camino entre la simpleza incomprensible y la dificultad innovadora se encuentra un avance por el que llevamos suspirando desde hace años y que prueba tras prueba sigue negándose a trastocar nuestras vidas en felices jornadas de comunicación. En los últimos días de septiembre, Endesa ha instalado en Barcelona un nuevo sistema que permite acceder a Internet a través de la red eléctrica.

No es nada nuevo, porque Endesa lleva investigando este sistema de conexión desde hace tiempo, pero ahora parece que vuelve a preocuparse con más insistencia de una posibilidad que se antoja revolucionaria. Baste imaginar convertir la red eléctrica mundial (que llega a todos los hogares y locales empresariales) en una red informática global. Se le hace a uno la boca agua.

Endesa realiza estos días una prueba del sistema, llamado PLC, con 2.000 clientes de Zaragoza, permitiendo usar los enchufes de la oficina o de la vivienda particular como puertos de conexión a Internet con banda ancha o simplemente como puerto de conexión telefónica.

Y, finalmente, ha llegado el ogro revolucionario, amenazando con trastocar todas las infraestructuras informativas conocidas. Hace meses ya, en plena efervescencia primaveral, que Juan Cueto advertía a su generación y a la mía (porque otras están ya más que advertidas) de cómo Google había cambiado su forma de trabajar. Cueto decía que cada vez que tenía una idea para escribir un artículo buscaba documentación en Google y siempre encontraba a alguien que lo había hecho antes y mejor, de modo que le quedaban dos opciones: olvidarse del tema o intertextualizarlo, por decirlo de un modo menos vulgar que si habláramos de simple copia. Tan apocalíptico y norteño como siempre, Cueto concluía que, dado que los lectores también googlean, el buscador del demonio señalaba el fin de la profesión periodística.

Desde hace días, Google tiene página en España, pero lo más importante es que ha lanzado su servicio de noticias (news.google.es) en castellano. ¿Será el fin de la prensa tal cual la conocíamos? Por de pronto, este servicio de Google es el final de muchos mitos, como el de la prevalencia y superior calidad de la prensa hispana frente a la hispanoamericana que también publica en castellano, y puede serlo de muchos otros: verbigracia, la fidelidad a las cabeceras del lector de esta piel de toro.

En todo caso, el mundo de la información ha tenido tiempo a armarse antes de la invasión, aunque no parezca haber hecho los deberes. De lo que ocurra ahora nadie será culpable. Porque Google ha sido siempre sincero y ha reconocido disponer de armas de destrucción masiva de la forma en que se entiende la información periodística tradicional. Señores, ¡abran fuego! Digo… juego.

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