Y ahora ¿qué?
Todos podíamos imaginarlo cuando comenzó la guerra/conflicto. Era evidente que las desvergüenzas siempre quedan a la vista y que la ropa sucia acaba poniéndose a secar a la intemperie por mucho que intente lavarse de puertas adentro. Y no hace falta irse al inframundo o a Irak para saber de qué estamos hablando. Basta con irse a la tienda de discos de la esquina o al portal de ahí al lado, en la quinta línea del bookmark/favoritos de nuestro navegador preferido. Ya sabemos que todo cuesta en esta vida y que hay que pagar hasta por acercarse al representante de Dios en la tierra, aunque sea con la disculpa del kit del peregrino o el disco compacto que embute la palabra de dios según San Marcos en apenas 600 megas.
El caso es que repitieron tanto que era imposible reducir el precio de una canción que hasta lo habíamos creído. Nos habían reiterado que la única vía para adquirir el derecho a escuchar una canción era comprarse un disco entero, aunque sólo merecieran la pena un par de cortes, que llegamos a pensar que tal vez era cierto. Igual que llegamos a ver a los autores pidiendo en la esquina por culpa de esos jóvenes insolidarios y piratas que se negaban a pagar impuestos revolucionarios a grandes multinacionales por el simple hecho de escuchar a trovadores como Sabina que no pueden disfrutar de escuchar el himno que han compuesto en el acto para el que lo hicieron por un quítame allá unos derechos. Casi nos convencen. Como casi lo hace la derecha española de su progresión hacia la compostura occidental y civilizada que nos hacía olvidar que poco ha cambiado desde Fernando VII. Por lo menos en lo esencial. En condenar asesinatos como el de Couso igual que se condenan los que se producen en Cuba o al cubo en Vasconia.
El caso es que, de pronto, una multinacional participada por la multinacional de las multinacionales (Microsoft, por si a alguien se le escapa, porque es accionista destacado de la compañía de la manzana) va y descubre la rueda en las mismas fechas en que un tribunal sentencia que intercambiar música no es delito malicioso alentado por el diablo.
Apple (www.apple.com, porque en su versión hispana aún no hemos visto nada) ha convertido en realidad lo que todos defendíamos con normalidad desde el principio de los tiempos virtuales: que es perfectamente factible (comercial y legalmente hablando) pagar por las canciones que te gustan y no por las que le gusten al editor; poder probar antes de comprar, amén de pagar precios razonables y permitir la copia para uso privado ilimitada sin tener que usar justificación alguna.
Itunes permite ahora todo eso. Por 99 centavos de dólar podemos comprar las canciones que nos gusten, grabarlas en cualquier soporte tantas veces como queramos y compartirlas con familiares y amigos. Son 200.000 títulos de los cinco principales sellos. Títulos de los mismos sellos que han jurado ante los jueces que Internet no permitía el negocio y sólo atentaba contra los derechos de autor.
Y ahora ¿qué? Pues más de lo mismo. La guerra/conflicto de Irak sigue siendo una condenada barbarie propia de deshumanizados gobernantes. Y la venta de música por Internet un impuesto de la revolución neoliberal. Que se lo pregunten a cualquier fan de Stormy Mondays (www.stormymondays.com), que vende sus canciones a un céntimo de euro. Claro, que ellos son los autores de las canciones que editan y que comercializan.
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